El caso Alyssa es atemorizante para cualquier padre. La niña de Kansas City llevaba una vida absolutamente normal hasta que de la noche a la mañana no encontraba el camino desde su habitación hasta el baño, se volvió inexplicablemente agresiva y se le abalanzaba al padre en busca de satisfacción sexual.
Los cambios en el comportamiento de la pequeña en edad preescolar, que comenzaron junto a un fuerte dolor de cabeza que no se calmaba con analgésicos, fueron atribuidos a una severa infección cerebral causada por el virus del herpes simple, también conocido como VHS-1.
Pero Alyssa se ganó la lotería del desastre cuando uno de los virus más comunes e inocuos del mundo viajó por su nervio olfativo hasta alojarse en su sistema nervioso y destruir la parte media de su cerebro que regula los recuerdos y las experiencias emocionales.
“La encefalitis por VHS es la peor catástrofe porque ataca la parte del cerebro responsable por las emociones y la memoria. Alyssa fue tratada durante seis semanas y se recuperó, pero ahora es una niña completamente diferente”, relató el médico Jean Baptiste Le Pichon en una exposición clínica del caso.
Ha sido diagnosticada con el Síndrome Klüver-Bucy (SKB).
El camino al desenfreno
La civilización emergió gracias a la posibilidad de domesticar nuestros instintos. Esa capacidad de inhibir los impulsos, tomar decisiones y asumir las consecuencias de nuestros actos, que se conoce como el libre albedrío, es la esencia que nos diferencia a los humanos de otras especies animales.
Pero ese triunfo evolutivo no se ejerce de manera fácil. Desde el punto de vista anatómico lo que sucede en nuestro día a día es una batalla campal de interacciones neuronales entre la parte del cerebro más primitiva, que compartimos con los reptiles y que gobierna los instintos, con el super especializado lóbulo frontal que controla los impulsos, rige el juicio y permite la producción del lenguaje. Todos nos debatimos cotidianamente en la lucha ancestral entre lo que queremos y lo que debemos hacer.
Pero para unos pocos desafortunados ese forcejeo neuronal que nos permite tomar decisiones desaparece. El daño irreparable de una estructura neurológica llamada amígdala causa el Síndrome de Klüver-Bucy (SKB), un complejo y raro trastorno del comportamiento que sumerge a los pacientes en el total desenfreno por la comida y el sexo
Uno de los aspectos que perturba más a los familiares de las personas con KSB es su urgencia por consumar el acto sexual/Thinkstock
A la ingesta desaforada de alimentos se le suma una exacerbada oralidad. Los afectados con SKB no pueden controlar el deseo de explorar con la boca y hasta tragar cualquier tipo de cosas, incluso sustancias tóxicas y objetos afilados que pudieran envenenarlos, cortarlos o asfixiarlos. Un estudio publicado en 2009 por el neurólogo Kyle Shawn describió el caso de un paciente que murió a los 77 años asfixiado tras ingerir un paquete de vendas adhesivas.
Uno de los aspectos que perturba más a los familiares de las personas con KSB es su urgencia por consumar el acto sexual. Al perder toda noción de lo que es socialmente correcto, el paciente sólo busca la masturbación y el coito sin diferenciar si se trata de un objeto, otra persona o un animal. Una paciente de 29 años que había sido operada del lóbulo temporal para aliviar sus convulsiones fue encontrada haciendo sexo oral a un paciente septuagenario que había sido hospitalizado por un problema cardíaco en la habitación contigua.
El SKB también suprime la capacidad de recordar los nombres y las funciones de los objetos, es decir, que al observar un cuchillo o una pelota no saben cómo se llama ni para qué sirve. El paciente tampoco es capaz formar vínculos afectivos con sus padres o familiares cercanos.
El instinto de supervivencia desaparece y es sustituido por un estado que la neuropsiquiatría denomina “placidez”, que no es otra cosa que la incapacidad de sentir miedo o de protegerse ante situaciones potencialmente mortales o desagradable. En un estudio sobre las implicaciones morales de la repugnacia, Jorge Moll argumentó que la imposibilidad fisiológica de sentir asco genera las conductas más extrañas en los pacientes con SKB, quienes pueden ingerir sin la menor muestra de desagrado heces fecales, basura, comida para perros, papel sanitario usado o madera.
Hasta el momento no se conocen casos congénitos de SKB. Todas las historias clínicas tienen como punto de partida la destrucción de núcleos neuronales en la amígdala y el hipotálamo producto de un tumor, un accidente o una infección cerebral.
El síndrome fue descrito en 1937 por primera vez por el neuropsiquiatra Heinrich Klüver y el neurocirujano Paul Bucy. El primer caso de un humano con SKB fue publicado por Terzian y Ore en 1955 y relataba la historia de un joven de 19 años que fue sometido a una cirugía de ambos lóbulos temporales para eliminar sus convulsiones, pero el remedio resultó ser peor que la enfermedad. Luego de la operación, el muchacho deseaba comer constantemente e intentaba tener sexo con cualquier persona que pasara a su lado.
El ansia de Sacks
El prolífico neurólogo y escritor Oliver Sacks publicó antes de su muerte en 2015 la historia de un paciente con el Síndrome Klüver-Bucy.
En el texto titulado “El Ansia” Sacks describió a “Walter”, un paciente de 49 años que desarrolló SKB después de ser sometido a dos extensivas cirugías para controlar sus ataques epilépticos. El hombre apacible que antes comía con moderación, empezó a sentir un hambre desaforada y un apetito sexual insaciable. Su esposa relató que “tras la operación tenía ganas de practicar el sexo constantemente, por lo menos cinco o seis veces al día. Y nada de preliminares. No quería más que terminar de una vez.”
Ante la imposibilidad de materializar sus fantasías sexuales con su esposa optó por la pornografía online para satisfacer sus necesidades. Walter pasó nueve años masturbándose frente a la computadora la noche entera con contenido erótico de toda naturaleza hasta que un día las autoridades estadounidenses lo capturaron por posesión de pornografía infantil.
El hombre fue juzgado y condenado a 26 meses de prisión, dos años de arresto domiciliario y otros cinco años de libertad condicional. La decisión del tribunal señaló que aunque Walter no era responsable de sus deseos sí era culpable de mantener una conducta criminal en secreto durante tanto tiempo.
Los expertos coinciden en que el sistema de castigos y recompensas funcionan con individuos con funciones cerebrales normales pero no con pacientes de SKB. Se trata de un trastorno incurable pero los síntomas pueden ser atenuados con medicamentos como antiepilépticos, antidepresivos y metanfetaminas que ayudan a inhibir la intensidad de los comportamientos compulsivos.
“Es muy difícil amar y aceptar a una persona que frota contigo o se masturba frente a ti porque resulta muy ofensivo. Pero una vez que comprendes que una parte de su cerebro está destruido para siempre y que no lo puede controlar es más fácil de aceptar. La única manera de tratar a pacientes como Alyssa es con mucho amor y paciencia”,
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