Tenía una talla 50, un hijo y un marido que la adoraba tal y como era, pero empezó a perder peso y su vida marital se fue al traste tan rápido como su grasa abdominal
Angela Crickmore tenía un matrimonio enormemente feliz, en el sentido más literal de la palabra. Eran una familia de tres; llevaba nueve años casada y su esposo la consideraba la mujer más bella y maravillosa del mundo, a pesar de que pesase más de 80 kilos.
Mientras otras personas se habrían sentido afortunadas por aquella oronda felicidad conyugal, Angela estaba bastante avergonzada con su cuerpo; se ahogaba si caminaba durante algún rato y no se sentía para nada la mujer atractiva que su marido decía que era. Había sido una niña delgada, pero a los veinte su cuerpo empezó a cambiar y cuando ella y su esposo se conocieron ya estaba entrada en kilos, aunque, desde luego, no tenía la talla 50 que lucía el año que todo empezó a cambiar...
Habían construido una vida juntos basada en la comodidad; les gustaba ver la televisión, comer a voluntad y no solían salir a pasear… Quién iba a imaginar que cuando su esposo insistía que la amaba así, tal cual, lo decía tan firmemente que verla de nuevo delgada le supondría el divorcio. Pero así ocurrió un gélido invierno.
Su amiga Karla había perdido 9 kilos y cuando la vio entrar por la puerta, mucho más ligera y confiada, se sintió inspirada y pensó: “Eh, si ella puede, yo también puedo”. E inmediatamente acudió a internet en busca de algún artículo de dietas, porque, por aquel entonces, ningún regimen había funcionado con ella. Encontró un plan que le pareció fácil seguir: “Tenía que comer cada tres horas. Al principio estaba un poco recelosa porque no entendía cómo podía perder peso comiendo más que antes, pero las porciones eran más pequeñas y saludables”, relata a 'The Daily Mail'.
La tirana del 'low fat'
Los primeros éxitos la entusiasmaron. Todavía se sentía demasiado avergonzada como para ir al gimnasio y empezó una rutina de caminatas. Su marido la llevaba en coche hasta el parque y esperaba pacientemente mientras ella realizaba su jornada de 'jogging', muy lenta porque se cansaba con facilidad, aunque acabó formando parte de su vida.
Ocho meses más tarde se inscribió en un gimnasio.“Nosotros no solíamos ser muy activos. Los fines de semana íbamos a casa de familiares para charlar con unas bebidas y nos gustaba relajarnos después del trabajo en casa”, confiesa. Y a medida que Angela cambiaba, su entorno se vio obligado a hacerlo, ¿o no?
Ni su hijo ni su marido estaban de acuerdo en modificar su alimentación solo porque ella estuviese a dieta, aunque Angela les advertía que debían vigilar su peso. Como medida de presión –y también para no caer en la tentación– dejó de cocinar para ellos.
“Lo hice para protegerme, no quería lanzar todo el esfuerzo por la borda”, admitió. Lo que comenzó como una desavenencia –apios contra 'mcnuggets'–, abrió una brecha mayor en la relación. Ya ni tan siquiera compartían hobbies: a ella le gustaba caminar, conocer a gente nueva, viajar…; él prefería las tarde de salón, televisor y pizza con doble de queso. Pertenecían ya no a mundos, sino a tallas diferentes, y encontraron suficientes motivos de peso para divorciarse, aunque amistosamente.
Enfundada en una 38, soltera y estudiante de nutrición y 'fitness', la nueva Angela Crickmore sueña con un futuro como entrenadora personal. “Quiero ayudar a la gente, eso me hace sentir bien”, concluye. Lo que habrá que saber es si volverá a encontrar alguna vez a un hombre que la ame tal y como es, y si ella responderá a su amor poniéndolo a dieta.
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