Shavarsh Karapetyan es un ex-nadador armenio, 17 veces campeón del mundo, 13 de Europa y 7 veces campeón de URSS. Por si fuera poco es poseedor de 11 récords mundiales.
Sin embargo, no será recordado por sus medallas ni por sus records. El destino esperaba algo más del campeón:
Una mañana de 1976, mientras Shavarsh realizaba su carrera matutina habitual de 20 Km a lo largo del Lago Ereván, un autobús con 92 pasajeros perdió el control y cayó al agua (la mayoría de los pasajeros quedó inconsciente debido al impacto). El oportunismo quiso que Shavarsh presenciara la escena, y el campeón no lo pensó dos veces. Saltó a las aguas contaminadas del río y a pesar de la escasa visibilidad debido a los sedimentos del fondo, nadó hasta el autobús y rompió la ventana trasera con las piernas. Más de 20 minutos y 30 inmersiones después, logró salvar la vida a 20 personas (logró sacar a más, pero no todas sobrevivieron). A pesar de las heridas causadas por el vidrio seguía realizando inmersiones, y cuando más tarde le preguntaron qué había sido lo más terrible de todo, el contestó: “Sabía que sólo podía hacer un número determinado de inmersiones, tenía miedo de cometer un error, estaba muy oscuro por lo que no podía ver nada, en una sumergida sólo encontré un asiento vacío, en esa sumergida no salvé a nadie, ese asiento vacío aún me persigue en mis sueños”.
Después de sacar a más de 20 pasajeros Shavarsh fue llevado al hospital y el diagnóstico era grave: hipotermia, neumonía bilateral y septicemia grave, provocada por el envenenamiento de su sangre debido al agua contaminada,estuvo 46 días inconsciente y, aunque terminó por recuperarse, no volvió a competir.
Aquella mañana, Shavarsh, consciente tanto de todo lo que tenía que perder como de que él era el único capaz de realizar tal hazaña, no dudó un instante antes de actuar. Ese instante que rara vez se presenta en la vida de un hombre configuró su propio destino, apartándolo del esplendor deportivo para elevarlo a su vez a la cumbre en la que sólo unos pocos pueden ser llamados héroes.
Aún así, su proeza fue silenciada por el régimen ruso con el fin de camuflar la deficiente actuación de los servicios de emergencia que, según se supo años después, llegaron al lugar del accidente con bombonas de oxígeno en tan mal estado que no pudieron ser utilizadas en las labores de rescate. Ante semejante espectáculo, las autoridades decidieron ocultar, en la medida de lo posible, lo sucedido. El material fotográfico se archivó, pidieron a los protagonistas de la historia que guardaran silencio y Shavarsh no recibió los honores merecidos.
Años después Rusia descubrió la verdad del accidente. Alguien decidió que ya era hora de contar lo que realmente había ocurrido en el Lago de Ereván y se autorizó a un periódico a realizar un reportaje que se tituló “La pelea bajo el agua de un campeón”. Aquella revelación le dio reconocimiento popular pero no arregló su complicada vida. Sin el deporte, sin ingresos, y en un país que se desmoronaba, el protagonista de la historia decidió en 1993 iniciar una nueva vida en Moscú donde abrió una zapatería y pudo cambiar al fin su suerte. La llamó “El segundo aliento”.
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